Chapter One. Cervantes.

...Una promesa de Amor...

Quedaba poco para que fuera nuestra. La gloria olvidada, para un gran día.

Un pequeño grano de arena puede marcar la gran diferencia, entre ser una montaña fuerte y vigorosa, con sus múltiples capas de tierra y roca, a ser una simple colina de un mar de dunas en el centro de un olvidado desierto.

Diferencias...

En ello pensaba al mirar aquel humo, tan frondoso como el más numeroso de los bosques. Y oscuro como una noche cerrada en la mar. Aquel humo acariciaba todo lo que tocaba con sus suaves dedos. Me maravillaba aquella escena, era una danza ¡un baile totalmente antiguo! Algo que el más sibilino de los poetas antiguos diría que solo la sensualidad estaba a su altura.
Aquel humo, si, era maravilloso, pero era la cortina de una ventana, el telón perfecto de un teatro que deja expectante al más curioso de los espectadores ocultando la maravillosas obras de pintura que hay para la obra de teatro. Así era, ocultando la gran obra, la maravillosa mano pulcra de la guerra.

Y aquí me hallo. Agazapado en una trinchera, en una parte de la gran obra de teatro que son las operaciones y tácticas militares. Y yo, un mero actor secundario, que es prescindible estoy justo, en su mayor papel como protagonista de una vida, no tan gloriosa como me hubiera gustado, pero llena de camaradería y amor.

Amor.

Una luz azulada ilumina el cielo. Un cielo de atardecer, de final de película. De final feliz. Es invierno y sin embargo, no nos abruma ninguna nube. Solo el color anaranjado que me recuerda esos lápices de colores que usaba cuando era pequeño. Naranja oscuro, naranja, amarillo ¡incluso pintaba con el color verde el cielo! Y ahora observo esta escena y todos esos tiempos parecen tan lejanos como un pedazo de paz en este lugar.

Y me acongojo. Me estrujo contra el suelo y abrazo mi fusil. Tengo miedo de morir. Miedo de no volver a ver la belleza de la mano de la paz.

Afablemente, como una manta que me arropa no se quien -¿será el destino?- Me pregunto, los dedos negros del humo, pasan por encima de mi cabeza, mientras una orquesta de sonidos explota con un poderoso crescendo a mi alrededor. Gritos, órdenes, explosiones, silbidos. ¡Todo pasa muy rápido!

-¡RECARGANDO!

Tensión, adrenalina, sudor frío. Todo ello lo mezclas con el sabor amargo de la saliva reseca y muchos timbres en los oídos y tendrás la sensación, curiosa y extraña, de una persona en el campo de batalla. Mis ojos verdes se afanan por buscar una silueta en el horizonte. Antes, el cariñoso humo me arropaba del enemigo, ahora parece ser que la desdicha suya ha surtido en celos, lenta y sensualmente se va hacia el enemigo. Haciendo una burla a mi persona, un desafío a mi puntería. Un insulto propiamente dicho -¿será el destino que me pone a prueba?- Será, pienso para mis adentros.

Pienso, luego disparo.

-¡Clank,clank,clank,clank!¡CLASHK!

Recargo mi arma, otro cargador, otra salva de acero, rápidas, mortales. Aliadas y enemigas. Atrás quedaron las espadas, atrás quedó la flecha. Ahora son ellas las dueñas del campo de batalla. Enemigas acérrimas del aire, que lo despellejan y lo trocean como si fueran bisturís. Artistas del silbido al cortarlo. Señoras de la Muerte.
Mi respiración se calma, la adrenalina afila mis sentidos, me hace más ágil, más preciso, más mortal. Mi corazón rebaja su ritmo del eterno tambor de la sangre, mis ojos se posan en una silueta, la sigo, la persigo, soy el depredador que acecha a su presa. Soy el amo de la precisión. El fusil es mi amigo, forma parte de mí. Es una parte más de mi cuerpo, un miembro más. Acaricio el gatillo, suave, sincero, pulido y cuidado por mis dedos austeros, que buscan la perfección en cada paso, en cada aliento. Y este, no va ser menos. Lo aprieto. El retroceso me hace cerrar los ojos por el afilado dolor que siente mi hombro. Un dolor, aunque ya acostumbrado a el, que no deja de sorprenderme. Y una bala que sale disparada a toda velocidad a una silueta.

Un chorro de sangre sale de su cuello. A impactado. La perfección del disparo me saca una sonrisa, pero a la vez una tristeza. Como un ying y yang.

Como un ying y yang..

Abrazando el suelo embarrado, de nuevo, abajo en la trinchera. Mis compañeros se mueven hacia unos edificios cercanos, no voy a ser menos gentil desobedeciendo una orden de mi sargento.

-¡Ser tácticos!¡Ser rápidos!¡Y sobretodo no dejar que os maten!

Tan querido y justo como siempre, mi sargento. Sonrío al recordarlo, pero esas palabras tienen mucho sentido. Aún sigo vivo. Por ellas y por mi sigilo.

-¡Vamos Cervantes muévete o te meterán en ese culo fofo un mortero estos animales!

No desobedezco. Mi historial es perfecto, ninguna falta, ningún fallo. Mi apodo viene por mi afición a la literatura y a mi origen de nacimiento...

¡BLOMK!

-¡Cervantes!¡Cervantes! Maldito español. ¡Cervantes! ¿Estás bien?

Aturdido, como cuando te despiertas de una terrible resaca de patxaran y absenta. La boca seca, los oídos sordos y el cuerpo entumecido. Solo que en este caso, un mortero calló a mi izquierda. Dejándome un precioso recuerdo en forma de mareo. Estoy vivo y de una pieza -¿será el destino?- Me vuelvo a preguntar.
Asentí a mi sargento. Me duelen las piernas, pero me levanté como un guerrero que su pellejo, a sido escudado por las hadas de la suerte.

-¡Clank,clank,clank,clank!¡CLINK!

Disparos, se cesan, se silencia. El público enmudece a mi alrededor. Solo me atraía una cosa, aquello era demasiado. Demasiado bello, demasiado terrible. Pero, sobretodo era demasiado fuerte para estar ahí. Y aquí me hallo, apoyado en la pared admirando la fuerza de la naturaleza. De la esperanza, de la vida encarnada en un mosaico de colores pastel, en un fondo gris. Una espada, elevándose hacia el techo moteado de naranja y negro. Desafiante. Sublime. Eterna.

Una rosa, entre los escombros. Una rosa, solitaria, como un faro de vida. La esperanza del marinero. La esperanza del romántico. Y en este caso, mi esperanza.

Era una rosa. Una rosa desafiante. Una rosa de la vida. Mi rosa. Mi todo. Mi belleza.

Me quedé mudo y absorto ¡lo confieso! Ni siquiera me percaté que una mano me apretaba el hombro intentado hacer que reaccionase. Uno, dos, tres, no llegó el cuarto temblor. También se quedó muda, absorta, con el corazón acongojado y la voz quebrada. Mil tenores callarían y dejarían su voz magistral en una épica ópera cantada, solo para ella. Para esa humilde rosa.
La mano era de mi sargento.

-La volveremos a ver Cervantes, te lo prometo. La volveremos a ver.

Una lágrima en caída libre se deslizaba por su rostro lleno de arrugas. Arrugas de guerra.

-La volveremos a ver...

Inspiré. Me levanté, devolví la mirada a mi sargento firmemente. Volví a mi papel de soldado, a mi obra maestra. A mi pintura eterna y a mi perfección absoluta. Cambiando de posición, internándome en la ciudad que me abrazaba con su arquitectura y su romántica destrucción.
A golpe de bala, puño y cuchillo. Interpreto mi obra. Pero no hay un solo día. Que mi corazón se remueva de soledad y mi alma llore al recordar aquel momento. Dibujando otra rosa en mi fusil, otro día que tengo esperanza, otro día que sigo vivo. Otro día que me duermo abrazado a mi fusil, con una sonrisa en los labios recordando las palabras sinceras de mi sargento.

-La volveremos a ver.